Por qué la perfección no existe y no es útil para vivir ni para quererse

Ayúdanos compartiendo
perfección

Lo perfecto es enemigo de lo bueno.

-Voltaire-

¿Alguna vez has sentido que no importa cuánto hagas, cómo seas y qué aspecto tengas, que siempre hay algo por mejorar?

Eso tiene un nombre: perfeccionismo, y aunque a veces se disfraza de “motivación” o “autoexigencia sana”, es una trampa silenciosa que nos aleja de nosotros mismos.

¿Qué es realmente la perfección?

La perfección es una idea subjetiva, no una realidad absoluta. La perfección es una meta abstracta, idealizada y cambiante. Cada persona tiene una idea distinta de lo que es “perfecto”. Lo que una persona considera perfecto, otra puede considerarlo insuficiente. 

Y lo más paradójico es que incluso cuando llegamos a lo que creíamos que sería “el ideal”, aparece una nueva exigencia, porque siempre habrá un margen de mejora. Es como intentar alcanzar el horizonte: cuanto más caminamos hacia él, más se aleja. Nunca hay un punto final que marque “esto ya está perfecto”, por lo tanto, quien persigue la perfección, siempre siente que le falta algo. Es una carrera sin meta.

La perfección no existe. No existe en la naturaleza, en el arte, ni en las personas. Y el problema no está en querer hacer las cosas lo mejor que podamos, el problema está cuando nos obsesionamos y torturamos por alcanzar esa supuesta “perfección”, que nunca va a llegar, y no admitimos ningún error, afectando profundamente a nuestra vida.

Cuanto antes soltemos la creencia de “existe la perfección”, antes empezaremos a vivir de verdad.

¿Por qué perseguir el perfeccionismo no nos sirve para vivir ni para querernos?

El perfeccionismo no mejora nuestra vida ni nuestro amor propio. 

  • El perfeccionismo llena nuestra vida de miedos, inseguridades, de presión constante, de estrés, de ansiedad, etc.
  • Nos desconecta del presente, porque siempre estamos centrados en lo que falta y nos hace dedicar mucho tiempo, porque siempre hacemos, hacemos, hacemos…, pero nunca se ve perfecto.
  • Nos paraliza, porque al intentar hacer todo perfecto nos bloqueamos, nos impide comenzar, nos hace posponer, desconectarnos del placer de aprender. El miedo al error hace que no arriesguemos ni crezcamos.
  • Daña nuestra autoestima, porque nunca nos sentimos suficientes y somos duros con nosotros mismos, creyendo que solo si somos impecables merecemos respeto, amor y descanso, afectando gravemente el amor hacia nosotros mismos. Empezamos a pensar que solo merecemos querernos si lo hacemos todo “bien”. Y como nunca lo hacemos todo “bien”, nunca nos damos permiso para amarnos y respetarnos de verdad.
  • Nos impide disfrutar, porque nada está “a la altura”.
  • Si exigimos a los demás que sean perfectos, afecta a nuestras relaciones, generando tensión, desconexión, rigidez y distanciamiento.

La perfección es una jaula con barrotes invisibles y no nacimos para vivir encerrados. 

Nacimos para aprender, adaptarnos, fallar, levantarnos, conectar, crear, querernos y estar en paz con nosotros mismos.

Además, lo que nos hace queribles no es la perfección. Es lo humano. Lo vulnerable. Lo que se atreve a ser sincero. La gente no nos quiere porque lo hacemos todo bien. Nos quiere porque somos nosotros.

¿Cómo empezar a dejar de perseguir constantemente la perfección?

  1. Piensa en un área de tu vida donde estés siendo muy perfeccionista: puede ser el trabajo, la casa, tu cuerpo, tu forma de ser, tu imagen….
  2. Ahora escoge el área que creas que te va a costar menos. Por ejemplo, el trabajo.
  3. Tras haber elegido el área, cada día, vas a realizar una pequeña “imperfección”. Cada día una diferente. Por ejemplo, en el área del trabajo: no poner un punto final en la frase de un correo, no contestar a un email de inmediato, enviar un correo sin leerlo tres veces antes, decir «no sé» o «lo miraré» en vez de dar una respuesta segura, etc. O en la casa: dejar la cama sin hacer una mañana, ver una serie sin sentir que se está “perdiendo el tiempo”, no ordenar algo, etc.

La clave es que la “imperfección” elegida no genere mucho malestar, sino que sea incómoda pero soportable, para ir ampliando poco a poco la tolerancia. 


Dejar de perseguir la “perfección” no es rendirse. 

Es liberarse. 

Es empezar a vivir desde la calma, desde la presencia, desde el amor.

Es ser uno mismo, porque ya somos suficientes.

Ayúdanos compartiendo

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

tres + uno =