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El verdadero tesoro de la vida

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amor

Había una vez una joven llamada Alma, que vivía en un pequeño pueblo entre las montañas. Aunque su nombre era tan bello como su rostro, Alma se sentía vacía por dentro. Había crecido buscando siempre la aprobación de los demás, buscando sentirse querida a través de lo que los demás pensaran de ella. Creía que el amor verdadero venía de fuera y su felicidad dependía de que las personas la aceptaran y la valoraran.

Un día, mientras caminaba por el bosque cercano, encontró un anciano junto a un arroyo. Era un hombre sabio que siempre estaba dispuesto a escuchar a quienes necesitaban consejo. Alma, sintiendo la necesidad de hablar, se acercó y le contó su dolor, sus miedos y su constante inseguridad.

El anciano la miró con compasión y le dijo:

Has estado buscando el amor en los lugares equivocados, Alma. El amor que más necesitas es el que viene de ti misma. Nadie más puede dártelo de la forma que tú misma puedes dártelo.

Alma, sorprendida, le preguntó:

¿Cómo puedo amarme a mí misma cuando siento que no soy suficiente? ¿Qué significa amarme de verdad?

El anciano sonrió y comenzó a narrar una historia:

Hace mucho tiempo, un joven viajó por el mundo en busca del mayor de los tesoros. Buscó en montañas, valles y océanos, preguntando a todos los sabios y hechiceros qué era lo más valioso que se podía encontrar. Al final de su viaje, un anciano le ofreció una piedra preciosa que, según él, representaba el tesoro más grande del universo, ya que en él residía el amor verdadero. El joven la aceptó con gratitud, pero en su camino de vuelta, tropezó y la piedra se cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
El joven, desconsolado, pensó que había perdido la oportunidad de encontrar el amor verdadero. Sin embargo, el anciano que lo alcanzó en el camino, le dijo: «El verdadero tesoro no está en la piedra, ahí no reside el amor verdadero, lo que realmente has estado buscando durante todo el viaje, ese amor verdadero, ha estado dentro de ti todo el tiempo, pero nunca lo habías visto porque pensabas que debías buscarlo fuera de ti».

El anciano miró a Alma con dulzura y agregó:

Así es, el amor verdadero, es el amor propio, Alma. Es un tesoro que tienes en tu interior, aunque siempre nos han enseñado a buscarlo fuera a través del reconocimiento, de la validez de lo que hacemos y de cómo nos comportamos. Nosotros somos valiosos solo por existir y por mucho que nos quieran los demás, jamás vamos a sentirnos queridos si no nos amamos a nosotros mismos. Cuando aprendas a valorarte por lo que eres, sin necesidad de que los demás te lo validen, habrás encontrado el verdadero amor.

Alma se quedó en silencio, reflexionando profundamente sobre las palabras del anciano. Y le surgió una duda:

Pero si te amas a ti misma, ¿no es eso egoísmo y narcisismo?

El anciano le respondió:

El amor propio, la prepotencia, el egoísmo y el narcisismo son cosas muy distintas. El narcisismo es cuando una persona se cree por encima de los demás, necesita constantemente la admiración externa y, en ocasiones, menosprecia a quienes no refuerzan su autoimagen. El egoísmo consiste, principalmente, en actuar por puro interés personal, sin tener en cuenta a los demás.
En cambio, el amor propio es cuando nos tratamos bien a nosotros mismos, nos queremos y respetamos, somos nuestros mejores amigos y dejamos de ser nuestros peores enemigos. Cuando tenemos amor propio, respetamos más a los demás, porque no tenemos la necesidad de destacar ni querer estar por encima de nadie, porque ya somos valiosos tal y como somos. Podemos elegir qué queremos hacer y qué no, respetándonos a nosotros mismos y a los demás. Y es verdad que a veces parece un acto egoísta, porque no siempre cumpliremos las expectativas de los demás, pero cuando no las cumplimos, no es por egoísmo, sino porque sabemos que, si cumplimos, podríamos acabar haciéndonos daño o no llegar a conseguir el propósito de nuestra vida. Nunca podemos estar a la altura de todos, porque cada uno tiene su propia perspectiva, pero sí podrás estar siempre a tu altura.
A partir de ese día, comenzó a mirarse al espejo con otros ojos, reconociendo sus virtudes, aceptando sus imperfecciones y, sobre todo, aprendiendo a ser su propia fuente de amor.


Con el tiempo, Alma entendió que el amor propio no es una meta, sino un proceso constante. Es un acto diario de respeto hacia uno mismo, una aceptación de las propias emociones, fortalezas y debilidades. Aprendió que el amor verdadero no depende de lo que los demás piensen, sino de lo que ella pensara de sí misma.

Y así, Alma descubrió que el mayor tesoro de todos estaba dentro de ella.

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